En Rumania a toda costa
Rafael Pisot
 

Regreso a Espa?a

Los únicos que se alegraron de mi vuelta fueron mis padres y mi abuela (tengo también una hermana, excepcional, entre otras cosas, por entender que mi sitio no estaba en Salamanca). Los escasos momentos de clarividencia y lucidez que siguieron al shock me dieron la ocasión de organizar un superplan mortal encaminado, exclusivamente, a regresar a Rumanía. Como ya no podía repetir como lector, tenía que pensar en la única puerta que se me podía abrir en el futuro: la de profesor en el Instituto Cervantes de Bucarest. La cosa estaba más o menos así: en primer lugar tenía que surgir un puesto vacante en Bucarest, después tenía que enviar mi currículum a Madrid (donde un tribunal elige a los profesores que posteriormente son enviados a los centros existentes en el mundo) y esperar que me avisaran para la entrevista. A mi favor tenía cierta experiencia (aunque no demasiada en comparación con la de otros candidatos más veteranos), cierto conocimiento del rumnano y la total certeza de que mi readaptación no le supondría a nadie ningún quebradero de cabeza. 

Todo lo demás jugaba en mi contra: no tenía más que una licenciatura, casi no había publicado artículos de especialidad (el diccionario de fraseología, empezado en Iaşi, todavía no estaba listo) y, lo peor, no contaba con ningún máster en ense?anza de espa?ol a extranjeros, elemento casi obligatorio si quieres acceder a la red Cervantes. Mi regreso a Rumanía pasaba forzosamente por matricularme en un máster de estas características para tener así opciones reales de pasar el filtro de currícula en Madrid. Algo así significaba un paréntesis de, por lo menos, dos a?os. Tenía que hacerme a la idea de algo así lo antes posible. Me matriculé, pues, en el máster y recuerdo que en el primer día de clase (a mis a?os ya figuraba entre los veteranos) me presenté como un ex lector en Rumanía deseoso de volver en cuanto pusiera fin a los nuevos estudios. La gente me miró de aquella manera... pero esta confesión pública ante un grupo de desconocidos que todavía chupaban del biberón, me reportóalgunas simpatías, incluso entre los profesores, que me consideraron un estudiante aplicado, pero colgado.

Sin hacer mucho ruido conseguí entregar el diccionario (empezado con Loreta y finalizado con la inestimable participación del ya mencionado Constantin Teodorovici, investigador en el Instituto de Filología Rumana  ?A. Philippide? de Iaşi), tuve la excepcional oportunidad de dar clases de espa?ol en la Universidad de Salamanca (una experiencia enormentemente placentera, gracias a la cual pude conocer a estudiantes de todas las latitudes), hice un examen de rumano en Madrid (en busca de un certificado) y presenté la tesina en la universidad. Me vi imbuido en una caza de títulillospara mi currículum, aunque, todo sea dicho, también obtuve algunas satisfacciones personales.  Tenía, sin embargo, que armarme de paciencia porque aún me quedaba un a?o de máster, aunque este se pudiera hacer a distancia, ya que se trataba de presentar la memoria. Pensé entonces en probar suerte en el Cervantes para ver qué otras lagunas, además de un máster incompleto, debían ser paliadas. Hablé con mi familia y mandé la documentación. Cuando me enteré de que ocupaba el cuarto puesto en la lista de profesores seleccionados para Bucarest me quedé estupefacto: no entendía nada. Me llamaron a la entrevista, pero siempre fui consciente de que mis posibilidades eran ínfimas, no sólo porque hubiera otros tres profesores delante de mí, sino porque uno de ellos era, además, interino en Bucarest. Dando la batalla por perdida, me presenté enormemente relajado, sin ninguna presión y dispuesto a que mi ridículo fuera el menor posible para que, así, pudieran llamarme al a?o siguiente, una vez presentada la memoria del máster. A mediados de septiembre de 2001 me fui a Madrid, hice la entrevista (era el único que no llevaba traje, hasta tal punto me había relajado...) y seguí con las clases en Salamanca.

La segunda llamada telefónica ?histórica? de mi vida (tras aquella, maldita, del agregado cultural, casi dos a?os atrás) tuvo lugar el 2-10-2001, como me gusta escribir la fecha: ?Se?or Pisot, tiene Vd. el puesto de Bucarest?, dijo una voz baritonal al teléfono... El impacto fue tan grande que sólo pude preguntarle pero, ?que ha pasado?, en medio de un estupor colosal. Después de algunos minutos, Cristina descorchaba una botella de champán en Iaşi, mientras yo besaba a mi hermana ante los ojos vidriosos y desconcertados de mis padres. Aunque por motivos diferentes, nadie daba crédito a lo que estaba pasando en ese instante ciertamente único. A partir de ese momento, tenía que hacer las maletas para dar por concluida, lo antes posible, aquella estancia breve, pero fructífera, en Salamanca. Me sentía como un rumano al que se le acaba la beca en Espa?a: me esperaba el amor en Iaşi y mi vida volvía a recuperar, plenamente, su sentido.

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