En Rumania a toda costa
Rafael Pisot
 

Más intensa es la realción con Teresa, mi hermana, consistente en más mensajes semanales en los que nos contamos, con una total franqueza, todo tipo de cuestiones, sean estas profesionales o afectivas. Los seis a?os de edad que nos separan me han permitido verla madurar, presenciando y participando en los problemillas de adolescente por los que cualquiera pasa, así como estar a su lado a la hora de tomar decisiones relativas a su vida personal (estudios, amigos, viajes, etc...). Podría elogiarla sin cesar, pero me limito a caracterizarla como una mujer sociable, carismática e inteligente. Sobre su aspecto físico puedo decir que es, incuestionablemente, el ejemplar más logrado de la familia Pisot. Además, saber pelar las naranjas con cuchillo y tenedor, dejando entera la cáscara y despertando la admiración de los que la rodean y el orgullo de quien escribe estas líneas.

Pensando en la familia que queda atrás, la situación de estos profesores no parece muy distinta a la de aquellos emigrantes que, tras una primera fase de adaptación, acaban echando raíces en los países que los han recibido. Para una comprensión más profunda del fenómeno en sí (que en ocasiones también incluye a los, así autodenominados, expatriados), la sociología, la antropología y la psicología tienen mucho que decir a la hora de explicar este desdoblamiento en espacios, a menudo, lejanos y/o pertenecientes a culturales absolutamente diferentes. Si, además, surgen elementos religiosos (hay profesores que ense?an en países musulmanes en los que no han encontrado rubias neozelandesas con las que casarse), las cosas pueden ser mucho más complicadas.

Si tuviera que encontrar la palabra clave con la que explicar mi adaptación a Rumanía, esta no podría ser otra que el término empatía, que, con su carga emotiva, nos brinda una especie de termómetro que nos indica en qué medida seríamos capaces de vivir en determinados países. Experimento una empatía nula en los países musulmanes (donde, en cambio, soy un excelente turista) y por los países del sudeste asiático siento, en realidad, simpatía. Por lo demás, reconozco que no me veo capaz de realizar un nuevo esfuerzo de adaptación en un tercer país, empezando de cero a la hora de buscar satisfacciones similares a las que tengo aquí día a día: estudiantes excepcionales, proyectos editoriales, una ilimitada receptividad por todo lo que significa Espa?a e Hispanoamérica, compa?eros de trabajo, rumanos y espa?oles, a los que difícilmente podría renunciar. Huelga insistir en las delicias de mi vida persona, donde reina Cristina, iubirea mea, junto a mis amigos de verdad (muy pocos, pero insustituibles) y con la familia del Cervantes (que, por supuesto, incluye a nuestros estudiantes de todos los rincones). Siento que mi vida tiene un sentido. 

Pero la perfección es una flor rara y esta vida regalada dista de ser rosa, asaltada por las peque?as indignaciones cotidianas (también los extranjeros sufrimos) debidas a los problemas irresueltos de Rumanía: la precariedad de las pensiones (y sus terribles consecuencias), el así denominado sultanismo (que determina una enorme verticalidad en las relaciones sociolaborales, basadas en la jerarquía profesional, hecho que la propia lengua rumana refleja a través de fórmulas repletas de cortesía formal), la resignación (así son las cosas, qué le vamos a hacer), el servilismo de un gran segmento de la población y la intriga alimentada por la costumbre de lavar los trapos sucios en público. L?exasperante exasperación.

Es un cliché afirmar que el presente se explica mirando al pasado, pero el extranjero que procede de una sociedad que siempre ha sido capitalista (a pesar de las dictaduras y guerras que haya atravesado) se queda de piedra y sin palabras ante determinadas cuestiones. Si el presente sigue suscitando perplejidad, la vida anterior a 1989 nos parece incomprensible, no importa si la información nos llega por medio de testimonios personales, o a través del filtro de la literatura: el viejo sistema político se nos antoja la más ramplona versión de una novela de ciencia ficción, con sus momentos de máxima crueldad en los a?os 80, ante los cuales un extranjero no puede por menos que hacerse de cruces. El efecto del pasado es evidente en todos los planos de la vida: algunas cuestiones de la actual sociedad rumana tienen que ver con el espíritu crítico con el que debutan las democracias (la prensa espa?ola de los 80 era tan agresiva como lo es la prensa rumana actual), pero otras guardan estricta relación con los efectos del comunismo en una primera fase de capitalismo: los ofensivos paneles gigantescos que publicitan pizza, café o zapatos cubriendo muchas de las fachadas de Bucarest, dejan al turista boquiabierto, presa también él de una forma de publicidad extremadamente agresiva. Entiendes las cosas cuando te enteras de que cada una de las familias recibe, a cambio, el dinero necesario para cubrir los gastos de comunidad, así que la estética no es más que el efecto de un presente enraizado en el pasado, tal y como ocurre con el enorme porcentaje que, mensualmente, el estado retiene de los sueldos, a cambio de unos servicios que, sin embargo, dejan mucho que desear. Acabas preguntándote, indignado, si la novela de ciencia ficción ha tocado a su fin en el 89, dada la injusticia flagrante que sigue existiendo en muchos rincones de la vida diaria.

El asombro del extranjero no acaba tan pronto. Personalmente, trato de ser de lo más comprensivo, poniéndome en la piel del mayor número posible de personas, aunque veo que el pasado de Espa?a ha sido tan diferente, que el presente de Rumanía me resulta, a pesar de mis esfuerzos, muy difícil de aprehender. Me consuelan, en cambio, los recursos de este pueblo: el humor e incluso la autoironía (el tomarse las cosas con filosofía parece ser el primer mandamiento del decálogo rumano), sus indiscutibles valores intelectuales en miles de ámbitos (y no únicamente en aquellos que cuentan con el favor de los medios de comunicación), la atención que todavía se le presta a la cultura (con teatros a rebosar, editoriales llenas de actividad, gente que habla de cultura), la madera de supervivientes de quienes han sufrido tanto, de quienes se han curtido a través de tantos avatares. 

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