Llegué a Rumania por casualidad. Una amiga de la familia que trabajaba en un Ministerio de Venezuela y que tenía contactos en diferentes embajadas le preguntó un buen día a mi padre si, por casualidad, no conocía a nadie interesado en irse a Rumania con una beca, a lo que mi padre dijo que no, pero un amigo suyo que andaba por allí le dijo cómo no, y si mandamos a Juan Carlos... Y así fue como vine a Rumania: simplemente me ofrecieron una de las dos becas que había. La otra fue para una chica que no se adaptó al país y que volvió antes de que me fuera yo. Yo llegué en enero, bueno, el 31 de diciembre de 1993 y ella en octubre, pero no seacostumbró al país. Era una chica más dependiente de sus padres, Rumania no le gustó y regresó a Venezuela. Yo me quedé, no llegué a conocerla, pero oí hablar de ella a través de una amiga común que me había dicho: tengo una amiga que se va a Rumania y yo le dije que también yo me iba, ?en serio?, no, es posible, ?menuda coincidencia! Llegué en avión, justo en la noche del 31 de diciembre de 1993. Todo el mundo estaba asombrado y recuerdo que los de la aduana mostraban entre sí su sorpresa, decían Venezuela y creo que era la primera vez que alguno de ellos veía a un venezolano, aunque anteriormente ya había habido aquí venezolanos, sobre todo durante la época comunista: al menos 60 venezolanos estudiaban en Rumania. Un número nada desde?able. En el aeropuerto, en Caracas, en el último momento, compré 40 dólares (pues me acordé de que tenía que tener algo de dinero de bolsillo para Rumania): 20 me costó el taxi, así que me quedé con los otros 20. Llegué a Rumania en una noche de invierno y fue un invierno en el que no nevó demasiado, o nada de nada, al menos desde que había llegado yo, el 31 de diciembre, no había visto la nieve. Fue un invierno suave, no sé si había nevado antes. El paisaje de aquí me sorprendió mucho: árboles sin hojas, todo gris, mucho polvo, gente de cara triste y apesadumbrada. No existía ni la alegría ni el ruido, de Venezuela, era otra cosa. En Venezuela sólo nieva en la monta?a, hace más calor, nosotros no tenemos invierno, aunque la palabra se usa, pero no es como aquí: hay una temperatura constante, casi todo el a?o, con una estación seca y otra de lluvia. El paso de una a otra es más suave. La vegetación tiene que regenerarse. El ciclo vital no se detiene. Por ejemplo, cuando fui a casa el a?o pasado, en febrero (periodo de sequía) el paisaje era un poco desolado, triste, no era de un verde normal. Se había secado y veías monta?as que, en lugar de ser verdes, eran de un marrón anaranjado, de color paja. O sea, no era algo demasiado alegre. No nieva más que en la monta?a, arriba del todo. Yo nací en la falda de los Andes y allí hay suficiente nieve. Así que había visto la nieve antes de venir a Rumania. En Caracas la temperatura más baja no es inferior a los diez grados. Antes de nada me fui a la residencia estudiantil de tránsito, para estudiantes extranjeros, situada en el Bulevard Mărăşti: todos los estudiantes extranjeros pasaban por allí, aunque los esperara alguien y se fueran a otra parte. Tenía que pasar por allí. Me quedé unas dos semanas. Un buen día vino alguien del ministerio de educación a decirme que me tenía que ir, pero yo me encontraba a gusto porque había conocido a unos mexicanos y había pasado dos semanas con ellos. La nochevieja la pase solo y el día de 2 de enero los mexicanos llamaron a mi puerta, les abrí y fue una gran alegría cuando me hablaron en espa?ol. Bucarest ha cambiado mucho desde entonces. Solía ir a esas tabernas en las que se comía pizza, bueno entonces sólo había una, Pizza Julia. Conocí también a un ecuadoriano que tenía un amigo rumano y me llevaba a sus fiestas. Los mexicanos tenían un guía que venía por la ma?ana a buscarlos y a traerlos de vuelta. |